Gritando en el desierto
El testimonio de una vida atravesada por la violencia, la injusticia institucional y la resistencia transformadora
El inicio del calvario y la traición del sistema judicial
He vivido en carne propia la violencia de género y la revictimización institucional que enfrentamos muchas mujeres en España. Lo que comenzó como una decisión legítima de separarme de un entorno matrimonial marcado por la tensión, se transformó en una pesadilla prolongada, alimentada por un sistema judicial que, lejos de proteger, se erigió como un agente activo de violencia institucional.
Intenté hacer lo correcto: protegerme, proteger a mis hijas, buscar justicia. Pero el sistema no solo me falló, sino que me castigó. Fui separada de mis hijas durante años. Fui estigmatizada públicamente como una “mala madre” por atreverme a priorizar mi carrera y mi independencia económica. Perdí mucho: mi hogar, mi estabilidad emocional, parte de mi salud… pero jamás mi determinación. Me vi obligada a vivir bajo un régimen de control, vigilancia, humillación y amenazas, sin amparo del Estado.
A esa forma de maltrato la he denominado, tras años de reflexión e investigación, “la otra muerte”: una muerte civil, institucional y simbólica que muchas mujeres/madres sufrimos cuando nuestras voces no se consideran legítimas porque no damos el perfil de víctima que las instituciones esperan —sobre todo cuando somos cualificadas, autónomas o incómodas para el poder patriarcal.
La lucha por proteger a mis hijas
La mayor herida no fue hacia mí, sino hacia mis hijas. Con mi hija mayor perdí todo contacto; el juzgado nunca hizo cumplir las resoluciones judiciales, y su padre jamás fue sancionado. Con mi hija pequeña, la situación fue aún más cruel: fue obligada a convivir con quien me insultaba, agredía y amenazaba. Escucharla repetir, con la voz rota, la frase que yo tantas veces escuché —“te quitaré lo que más quieres”— fue insoportable.
La custodia se convirtió en una guerra desigual donde no solo enfrenté a mi agresor, sino a un sistema que castiga a las madres protectoras. Así lo ha reconocido incluso el Comité CEDAW de Naciones Unidas. Cada visita judicial era una nueva agresión, una revictimización legalmente avalada.
Del dolor a la acción: la transformación de mi lucha
Pese a todo, decidí no callar. Poner de pie mi cuerpo destrozado y alzar la voz por mí, por mis hijas, y por tantas mujeres silenciadas. Lo único que no lograron arrebatarme fue mi mente, mi capacidad de análisis, mi vocación jurídica y mi convicción férrea de que es posible —y necesario— cambiar el sistema.
Transformé ese dolor en una herramienta de lucha jurídica y política. Comencé a escribir, a hablar, a investigar. Participé en foros, conferencias, publicaciones, y colaboré en proyectos nacionales e internacionales en defensa de los derechos de las mujeres y la infancia. Me comprometí con todas aquellas a quienes el sistema había dejado atrás.
“Durante 6 años mi vida ha sido un infierno personal y judicial”

Una trayectoria investigadora independiente
Mi lucha no se limita al activismo: también es académica. Me he consolidado como investigadora en derecho sobre violencia de género e institucional. Con recursos propios y sin apoyo político ni institucional, he desarrollado estudios y propuestas legislativas con base empírica y jurídica. He analizado cuestiones clave como los derechos laborales de las mujeres víctimas, la protección de menores, o la necesidad de reformas en leyes que ponen en riesgo el principio de igualdad, como la Ley Trans.
Sigo trabajando por un marco normativo que defienda la categoría jurídica de mujer, basada en el sexo biológico, y que garantice una protección real, no simbólica.
Colaboración institucional y reforma normativa
Colaboro activamente con asociaciones, instituciones, parlamentos y partidos, proponiendo marcos legales que no partan de dogmas ideológicos, sino de realidades contrastadas. En todos estos espacios denuncio la ineficacia de muchas medidas actuales, que se diseñan sin un conocimiento riguroso de la experiencia de las víctimas.
“Las medidas no funcionan porque los diagnósticos están equivocados. Necesitamos partir de la verdad de las mujeres para legislar con eficacia”, repito cada vez que tengo la oportunidad.
Un compromiso valiente y político
En un país donde la corrección política paraliza, he asumido la responsabilidad de abrir debates valientes. Así lo he hecho en el Congreso y en parlamentos autonómicos, incluso en temas tan delicados como la islamización encubierta de ciertas estructuras sociales.
He propuesto la regulación del uso del hiyab y el burka en espacios públicos, y el control de los contenidos y la formación del profesorado en la enseñanza del islam en centros educativos. Estas iniciativas, presentadas a distintos partidos, han sido ignoradas por algunos como el Partido Popular, que se ha negado incluso a recibirme.
Mientras tanto, cientos de personas me escriben para pedirme que siga liderando esta causa. Lo haré, aunque reciba amenazas, como ya ha ocurrido. No temo. La libertad de nuestras hijas y la defensa de los valores democráticos lo valen todo.
Un faro de esperanza en medio del desierto
Soy consciente de que mi historia no es solo mía. Muchas otras mujeres han sido silenciadas, desprotegidas, desplazadas. Pero sé también que mi testimonio puede servir de impulso para la transformación.
He demostrado que se puede resistir. Que es posible transformar el dolor en conocimiento, la impotencia en propuesta normativa, el silencio en voz colectiva. He incidido ya en reformas legales y seguiré haciéndolo, porque no podemos permitir que los derechos de las mujeres sean desmantelados bajo discursos que borran la diferencia sexual y anulan nuestra existencia política y jurídica.
Conclusión
Mi historia es un llamado urgente a revisar el sistema judicial, las leyes ideologizadas y las políticas públicas ineficaces. Pero también es una celebración de la resiliencia: de cómo una mujer —una madre— puede renacer del escombro institucional, asumir su voz y liderar un cambio estructural.
Desde el compromiso más firme con la justicia, la libertad y la verdad, seguiré trabajando por un país en el que ser mujer no suponga vivir en el margen, ni gritar en el desierto.
